domingo, 20 de junio de 2021

Soy escritora

 


La escritura es un animal salvaje imposible de domesticar y si la amas, debes dejarla libre y conjurarla cada día con sudor y lágrimas, con pico y pala. Quizá, consigas que te regale alguna de sus destellos fugaces. Quizá, después de pulir esa pequeña mota de polvo estelar, de retirar cada capa de afectación e impurezas, quizá… brillará.

            



              La escritura es un espejo traicionero que te devuelve una imagen contaminada por tus más oscuros deseos. Esos que no muestras a nadie, los que ni siquiera te atreves a pronunciar por si acaso se esfuman, por si acaso se hacen realidad.

            La escritura, la verdadera, la que sale de los rincones más oscuros de tus humedades, no entiende de extravagantes circunloquios, de exquisitas metáforas, de giros mortales en el aire. Solo entiende de autenticidad y exige su tributo, un sacrificio de desnudez, un compromiso absoluto con tus miedos más profundos, con el fango.

            Quien ama la escritura debe aprender a amar sus propios defectos y encarar cada día la hoja en blanco. No valen las medias tintas ni la blandura de carácter. Olvidar la meta y las promesas vacías, las lisonjas y los «me gusta» por un epíteto afortunado, por una frase ñoña disfrazada de poema. Respirar, sufrir, escuchar cada minuto del día a tus personajes volando libre por entre tus neuronas y construir de la nada un castillo de naipes.

            Quien ama la escritura debe creerse merecedora de sus dones, aniquilar a la impostora siempre que levante la cabeza, enfrentarse al espejo y pronunciar por tres veces las palabras en voz alta para romper el hechizo de la bruja malvada: soy escritora, soy escritora, soy escritora.

            Soy escritora y no pretendo domesticar a la bestia, si no dejarme devorar.

           Yolanda Fuertes 

    

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