domingo, 22 de septiembre de 2019

EL MANIFIESTO


 
Las palabras resonaban aún en su cerebro. Viaje sostenible. ¿Cómo no se le había ocurrido a ella? Con lo que le gustaba viajar. En cuanto le entregaron la información se puso en marcha.





Dedicó mucho tiempo a planificarlo. No quería fallar en esto. La elección del destino era fundamental, lo ponía claramente. En ese aspecto no tenía duda. Sería un espacio natural y tenía uno en mente. Lo conocía bien, había ido desde que era pequeña. Árboles, un riachuelo, un pequeño lago, la fauna del lugar... Ideal, muy sostenible. Pero esta vez lo vería con otros ojos.
El transporte era otro de los puntos importantes, uno de los que más. De hecho, venía subrayado. Ponía limitar el impacto. Tuvo sus dudas. Uno de los que más se recomendaba era el tren, pero no tenía dinero para el billete y la estación no estaba cerca de su destino. También recomendaban la bicicleta. Eso habría sido buena opción, pero no tenía y no sabía montar. ¡Andar! Eso sí podía hacerlo. ¿Había algo más sostenible que caminar? Cumpliría, ya de paso, lo de no derrochar energía. Aunque haría algún descanso por el camino para asegurarse de cumplir ese punto. Y si utilizaba las papeleras de camino, cumplía también lo de no contaminar. Sostenible a tope.
Aunque después ponía lo de no generar residuos. Eso planteaba un problema serio con el aluminio de su bocadillo. ¿Cómo iba a envolverlo? No estaba para pensar mucho, así que se llevaría un plátano. Botella de agua reutilizable, eso lo llevaba siempre en la mochila. ¡Listo!
Pasó al siguiente punto: usar dispositivos electrónicos. Esto ya le parecía más desconcertante. No entendía por qué iba eso a hacer más sostenible su viaje. Iba a tener que leerse el apartado entero. ¡Qué pereza! Para los billetes de transporte, bien, no iba a usarlos. Para los mapas tampoco. Conocía muy bien la zona. ¿Facturas? Nada tampoco. Pero se resistía a no cumplir uno de los puntos indicados. ¿y si su viaje no era del todo sostenible? Tampoco tenía móvil, así que después de darle muchas vueltas decidió coger prestado el audífono del abuelo. Se estaba echando la siesta, no lo echaría de menos. Tenía bastante claro que era electrónico y por un momento se imaginó a sí misma en medio de los árboles escuchando de forma ampliada todo el esplendor de la naturaleza. ¡Oh! Era tan perfecto…
Lo de contribuir a la economía local lo improvisaría de camino. Su presupuesto era de diez céntimos, suficiente para una nube o dos. Aunque el dependiente era de origen chino y lo de “local” no estaba segura de que fuese a cumplirlo, y eso la preocupaba un poco.
Después de media hora planificando su viaje empezaba a estar aburrida. Era hora de partir. Se calzó sus botas, su chubasquero y su mochila. Estaba a punto, con la hoja informativa en la mano, cuando reparó en otro punto que no había tenido en cuenta. Alojarse en establecimientos sostenibles. Esto despertó serias dudas en ella. Así que decidió consultar directamente con la directora del alojamiento. Se dirigió al salón y la encontró trabajando frente a su ordenador. Puso cuidado en parecer educada y simpática, ya que otro de los puntos clave era: sé considerado con la población local. La palabra local parecía importante en todo este tema. Empezaba a cobrar significado en su cabeza.
—¿Mamá?
—Dime —respondió su madre con normalidad al verla con indumentaria de exploradora, acostumbrada a las iniciativas de su hija.
—¿Intentas ahorrar agua siempre? —preguntó Ana consultando de reojo el papel. No tenía claro lo que era un alojamiento sostenible.
—Claro, como siempre.
—¿Reciclas la basura?
—Siempre. Ya lo sabes.
—Sí, lo sé. Pero tengo que confirmarlo. ¿Entiendes?
            —Entiendo. Lo siento, continúa por favor.
            —¿Nuestra casa usa energía solar? —preguntó preocupada, sospechaba que ese era un punto débil.
            —La calculadora de tu hermano funciona con energía solar. ¿Sirve?
Ana consultó la ficha y le entraron dudas. Pero asintió, no nos íbamos a poner exigentes a estas alturas del viaje. Podría echarlo todo a perder.
            —Está bien. Creo que podré dormir aquí cuando vuelva de la ruta.
            —Entiendo. ¿Y adónde vas?
            —Al parque de la Solidaridad. A ver los patos del lago. Pero no te preocupes, es un viaje sostenible y no los voy a molestar. Y respetaré el cartel de no darles de comer.
            —Eso suena muy bien. Es una gran idea, pero creo que será mejor que te acompañe. Las niñas de ocho años no deben viajar solas. ¿No crees?
            —Está bien. Puedes venir. Creo que eso servirá para cumplir el apartado de contratar un guía local, pero no estoy segura.
            —Yo creo que sí —respondió su madre sonriendo orgullosa.
            —Bien. Necesitas tu chubasquero y una mochila. No lleves bocadillo con aluminio, mejor plátano. ¿Me das uno? Toma mamá, la ficha que nos ha dado el “profe” de Valores en clase.
            —¿Y por qué me lo das a mí?
            —Por el último punto. Comparte el manifiesto. ¿El Manifiesto es la ficha? ¿Mamá?
            —Sí cariño. Es la ficha.
            —Vale. En marcha mamá.
            —En marcha cielo.


 Yolanda Fuertes
Para el concurso de Zenda Libros #viajessostenibles