Las palabras
resonaban aún en su cerebro. Viaje sostenible. ¿Cómo no se le había ocurrido a
ella? Con lo que le gustaba viajar. En cuanto le entregaron la información se
puso en marcha.
Dedicó mucho
tiempo a planificarlo. No quería fallar en esto. La elección del destino era fundamental, lo ponía claramente. En ese
aspecto no tenía duda. Sería un espacio natural y tenía uno en mente. Lo
conocía bien, había ido desde que era pequeña. Árboles, un riachuelo, un
pequeño lago, la fauna del lugar... Ideal, muy sostenible. Pero esta vez lo
vería con otros ojos.
El transporte era otro de los puntos importantes,
uno de los que más. De hecho, venía subrayado. Ponía limitar el impacto. Tuvo sus dudas. Uno de los que más se
recomendaba era el tren, pero no tenía dinero para el billete y la estación no
estaba cerca de su destino. También recomendaban la bicicleta. Eso habría sido
buena opción, pero no tenía y no sabía montar. ¡Andar! Eso sí podía hacerlo. ¿Había algo más sostenible que
caminar? Cumpliría, ya de paso, lo de no
derrochar energía. Aunque haría algún descanso por el camino para
asegurarse de cumplir ese punto. Y si utilizaba las papeleras de camino,
cumplía también lo de no contaminar. Sostenible
a tope.
Aunque después
ponía lo de no generar residuos. Eso
planteaba un problema serio con el aluminio de su bocadillo. ¿Cómo iba a
envolverlo? No estaba para pensar mucho, así que se llevaría un plátano.
Botella de agua reutilizable, eso lo llevaba siempre en la mochila. ¡Listo!
Pasó al siguiente
punto: usar dispositivos electrónicos.
Esto ya le parecía más desconcertante. No entendía por qué iba eso a hacer más
sostenible su viaje. Iba a tener que leerse el apartado entero. ¡Qué pereza! Para los billetes de transporte, bien,
no iba a usarlos. Para los mapas
tampoco. Conocía muy bien la zona. ¿Facturas?
Nada tampoco. Pero se resistía a no cumplir uno de los puntos indicados. ¿y si
su viaje no era del todo sostenible? Tampoco tenía móvil, así que después de
darle muchas vueltas decidió coger prestado el audífono del abuelo. Se estaba
echando la siesta, no lo echaría de menos. Tenía bastante claro que era electrónico
y por un momento se imaginó a sí misma en medio de los árboles escuchando de
forma ampliada todo el esplendor de la naturaleza. ¡Oh! Era tan perfecto…
Lo de contribuir a la economía local lo
improvisaría de camino. Su presupuesto era de diez céntimos, suficiente para
una nube o dos. Aunque el dependiente era de origen chino y lo de “local” no
estaba segura de que fuese a cumplirlo, y eso la preocupaba un poco.
Después de
media hora planificando su viaje empezaba a estar aburrida. Era hora de partir.
Se calzó sus botas, su chubasquero y su mochila. Estaba a punto, con la hoja
informativa en la mano, cuando reparó en otro punto que no había tenido en
cuenta. Alojarse en establecimientos
sostenibles. Esto despertó serias dudas en ella. Así que decidió consultar
directamente con la directora del alojamiento. Se dirigió al salón y la
encontró trabajando frente a su ordenador. Puso cuidado en parecer educada y
simpática, ya que otro de los puntos clave era: sé considerado con la población local. La palabra local parecía
importante en todo este tema. Empezaba a cobrar significado en su cabeza.
—¿Mamá?
—Dime
—respondió su madre con normalidad al verla con indumentaria de exploradora,
acostumbrada a las iniciativas de su hija.
—¿Intentas
ahorrar agua siempre? —preguntó Ana consultando de reojo el papel. No tenía
claro lo que era un alojamiento sostenible.
—Claro, como
siempre.
—¿Reciclas la
basura?
—Siempre. Ya
lo sabes.
—Sí, lo sé.
Pero tengo que confirmarlo. ¿Entiendes?
—Entiendo.
Lo siento, continúa por favor.
—¿Nuestra
casa usa energía solar? —preguntó preocupada, sospechaba que ese era un punto
débil.
—La
calculadora de tu hermano funciona con energía solar. ¿Sirve?
Ana consultó la ficha y le
entraron dudas. Pero asintió, no nos íbamos a poner exigentes a estas alturas
del viaje. Podría echarlo todo a perder.
—Está
bien. Creo que podré dormir aquí cuando vuelva de la ruta.
—Entiendo.
¿Y adónde vas?
—Al
parque de la Solidaridad. A ver los patos del lago. Pero no te preocupes, es un
viaje sostenible y no los voy a molestar. Y respetaré el cartel de no darles de
comer.
—Eso
suena muy bien. Es una gran idea, pero creo que será mejor que te acompañe. Las
niñas de ocho años no deben viajar solas. ¿No crees?
—Está
bien. Puedes venir. Creo que eso servirá para cumplir el apartado de contratar un
guía local, pero no estoy segura.
—Yo
creo que sí —respondió su madre sonriendo orgullosa.
—Bien.
Necesitas tu chubasquero y una mochila. No lleves bocadillo con aluminio, mejor
plátano. ¿Me das uno? Toma mamá, la ficha que nos ha dado el “profe” de Valores en clase.
—¿Y
por qué me lo das a mí?
—Por
el último punto. Comparte el manifiesto. ¿El Manifiesto es la ficha? ¿Mamá?
—Sí
cariño. Es la ficha.
—Vale.
En marcha mamá.
—En
marcha cielo.
Yolanda Fuertes
Para el concurso de Zenda Libros #viajessostenibles