jueves, 13 de septiembre de 2018

Roald Dahl y mi amigo Charlie


Es la primera vez que dejo oír mi propia voz en este blog. Hasta ahora han sido mis personajes los que han hablado por mí. Les he dejado deambular por mi casa, haciendo y deshaciendo a su antojo. Este castillo en el aire es más suyo que mío. 


Sin embargo, hoy me he colado por la puerta trasera, porque hay pensamientos que cobran vida propia y se van de las manos. Una chispa, una palabra, un comentario que abre ese compartimento secreto que ha estado tanto tiempo cerrado, prendiendo recuerdos y emociones.


 

No soy muy de efemérides, pero esa ha sido la chispa que me ha hecho volar.

Tal día como hoy, el 13 de septiembre de 1916, nació Roald Dahl. Siempre me gustó más conmemorar los nacimientos, que recordar defunciones. ¿no tiene eso más sentido, cuando el sujeto nos causa admiración? Fue un escritor inglés, que nos dejó sus novelas a niños y adultos.


"Charlie y la fábrica de chocolate" fue el primer libro que me enamoró. Fue el primer libro que no pude dejar de leer, que me atrapó de principio a fin, sin poder apartar los ojos del papel.

Con su portada de rombitos azules del círculo de lectores (gracias a mis padres lectores, mil veces gracias). Los rombos azules ya eran harina de otro costal. "De 9 a 12 años. Para los que se atreven ya con lecturas más complicadas." Decía la contraportada. Eso te hace sentir muy, muy mayor.








Después un buen profesor, sí...de esos, de esos, de los buenos buenísimos, que te hacen amar una asignatura, tuvo la brillante idea de organizar una biblioteca en clase. Cada niño debía traer un libro especial. Tras darle muchas vueltas, ya que temía por su seguridad, tomé la decisión. Yo llevaría a Charlie, mi libro de mayores. Al final de curso todos debíamos haber leído los libros de los demás, y ojo, que de aquella éramos casi 40 en clase. Cuando llegó el verano, todos habíamos caído rendidos ante el gran Roald Dahl.

Charlie acabó sucio, sus esquinas machacadas, alguna hoja doblada. Pero aguantó el tipo tras enfrentarse a toda una clase de ávidos lectores. Cuando volvimos los dos a casa le curé las heridas y lo devolví a su lugar de honor en la estantería. Ulises volvía junto a Penélope, a su amada Ítaca, tras innumerables fatigas. 





A mis 43 otoños seguimos juntos, nunca me ha abandonado, como los buenos amigos. Cientos de libros han pasado y siguen pasando por mis manos, antes y después de Charlie. Unos los guardo como un tesoro, otros pasaron sin pena ni gloria. Pero Charlie, me marcó para siempre, y junto a otras cosas mariposas, fue una de las piedras sobre las que construí mil castillos en el aire.


Tengo tres hijos, y ninguno de ellos ha querido leerlo. Otros libros y autores les han robado el corazón, a veces a los padres nos cuesta aceptarlo, pero ellos siguen su propio camino. Da igual quién prenda la llama, mientras arda con fuerza. Aunque no pierdo la esperanza, igual que mi padre no la pierde, con que algún día lea “Sinuhé, el egipcio”. Dejándolo por ahí, a mano. Mencionándolo, así…como quien no quiere la cosa, cuando me veía recorrer su biblioteca en busca de la próxima presa. Yo hago lo mismo, lo mismito. Tanto recomendar fervientemente a Charlie, como seguir recorriendo la biblioteca de mis padres en busca de nuevas presas. Hay placeres que no hay que abandonar nunca.


Al gran cariño que sigo sientiendo hoy por este libro, se ha unido también, un gran respeto por su autor. Cuando un adulto lee, en general el trabajo ya está hecho. ¿no creen? Ya hay una afición instaurada, un hábito, o al menos un ligero interés.


Fascinar a un niño con un libro, eso…eso es otra cuestión. Siento un gran respeto por los autores que ofrecen literatura de calidad a los más pequeños, ya que están sentando las bases de una sociedad lectora, con todo lo que eso implica. Mentes pensantes y críticas.

A día de hoy, pienso que hay mucha ñoñería en la literatura infantil. Historias simplonas, sin sustancia. Son niños, no amebas, necesitan retos, necesitan autenticidad. Pero hay autores que consiguen encandilar a los más pequeños con historias vibrantes y originales. Un gran mérito, teniendo en cuenta la cantidad de estímulos a los que están sometidos, con las nuevas tecnologías. Estímulos intensos y fáciles, muy fáciles. El libro se ha convertido en el plato de brócoli, en medio de un buffet libre de comida rápida. Hagamos ese brócoli atractivo.


 

No les molesto más, espero disculpen la intromisión. Abandono el castillo nuevamente por la puerta de atrás, pero con su permiso, la dejo entornada...

Yolanda Fuertes

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