Mi primera vez
Ya no me satisface. Y no es que no sienta
ya placer, no es
eso. Pero ya no me deja el alma en llamas. Ya no siento esa urgencia,
esa
imperiosa necesidad del aquí y ahora. De no poder demorar ni un instante
el
deseo que debe ser satisfecho en cualquier momento y lugar. En el
transporte
público, a escondidas en el trabajo, en la calle a plena luz del día. Y
esa anunciada tristeza unos instantes después de llegar al clímax, la petit mort que sucede al desenlace y que
sólo desaparece con la llegada de una nueva aventura.
Es la de ahora una pasión más sosegada y dominada por la
razón. La edad y la experiencia quizá me hayan hecho más exigente. Es un placer
a pequeños bocados, que se deshacen lentamente, disolviéndose en infinidad de
matices que antes no era capaz de apreciar del todo. Añoro esa oleada de
sensaciones que arrasa con todo a su paso.
Esa primera vez, que fue el inicio de tantos momentos de
placer a solas, tuvo lugar a los 15 años. Cuanta simbología encierra esa edad,
que da paso a una adolescencia más rotunda
y evidente que nos aleja ya definitivamente de la niñez.
Desde muy niña había ya coqueteado con unos y otros, en eso
debo reconocer que fui muy precoz. Ibáñez fue de los primeros, me lo presentó
mi padre hace tanto tiempo ya, y me hizo dar mis primeros pasos, aun hoy lo
sigo disfrutando. Roal Dahl me marcó para siempre. Michael Ende, Enid Blyton,
Andersen y muchos otros de quien no recuerdo el nombre, amores fugaces que me
dejaron sin embargo una huella indeleble. Pero ya no me llenaban como antes.
Me sentía aburrida, una tarde de tantas. Los jóvenes de hoy
en día no saben lo que es. Aburrirse digo…no lo saben. Yo me esfuerzo de vez en
cuando en que mis hijos se aburran, por aquello de que no se les enquiste la
materia gris. ¡Cuántas grandes ideas salieron del aburrimiento más atroz! Me
aburría como digo y salí de mi cubil, ojo avizor, olfateando el aire en busca
del más mínimo acontecimiento que alterase la monotonía de mi incipiente vida. Y
allí estaba él, esperando en la biblioteca que presidía el salón. Demasiado
mayor para mí, pero los de mi edad ya no tenían nada que ofrecerme. Tan maduro,
tan elegante, con tanta experiencia, con tanto vivido. Me dejé seducir. Me
acerqué a él nerviosa, expectante ante lo que me podría ofrecer. Regresé a mi
cuarto y me deslicé bajo las sábanas con él y supe desde el primer momento que
me quedaría atrapada en sus redes para siempre. No podía parar, día y noche rendida a ese nuevo placer.
Otros muchos pasaron por mi vida a partir de entonces que me
hicieron perder la razón, y encontrarla al mismo tiempo. Y aunque la fogosidad
y la lujuria juveniles dieron paso a relaciones más sosegadas y escogidas en
mi madurez, Don Arturo siempre me hizo perder el control. Con cada nueva entrega
sé que voy a volver a vivir aquella pasión desenfrenada que sólo él sigue
provocándome con la misma intensidad de aquel primer libro. La tabla de Flandes.
Mi primera vez. De Yoli Yolanda para el concurso #historiasdelibros de Zenda LibrosObra registrada con licencia Creative Commons. Código de registro: 1704221883761
Publicado en No todo son noches sin dormir el 22 de Abril de 2017.
Yolanda Fuertes.
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