Raquel caminaba de vuelta del supermercado con el piloto automático
cuando reparó en un escaparate. Los niños necesitan ropa. Pero de repente sus
ojos enfocan. Desobedientes se posan en la imagen disuelta en el reflejo del
cristal. El abrigo trillado, el chándal; total…para limpiar, y las deportivas
feas. Las monas mejor para salir. Kilos, ojeras y tristeza. Inmensa y rotunda
tristeza.
Y Raquel entra en pánico. ¿Por qué? Cientos de veces atisbó de refilón
ese reflejo, en ese mismo cristal, apartando a tiempo la mirada. Pero esta vez
no se vio. No estaba allí. No podía ser. Se tocó el rostro como si pudiese
buscar debajo, giró sobre sí misma, miró hacia un lado y hacia otro y al no
verse la angustia se hizo fuerte en la boca de su estómago. En casa. ¡Eso es!
Buscaría en casa, allí se encontraría. Traspasó la puerta como un huracán y
buscó frenética. Abrió puertas y cajones. La colección de Amstrad de Enrique,
los juguetes de los niños, los cacharros de la cocina… Ni rastro de sí misma.
Buscó de espejo en espejo y los encontró vacíos. El corazón se le salía por la
boca. ¿volvería a verse alguna vez? No podía más y llamó a la policía.
—Lo siento. Hasta pasadas 48h del hecho no se inicia la búsqueda. No se
preocupe, en la mayoría de los casos es algo temporal. Si vuelve a verse
avísenos.
Colgó el teléfono con el alma en un puño tratando de recordar la última
vez que se sintió. Nada. Vacío. Decidió entonces mirar en los ojos de los
demás, ahí debía estar la respuesta. Pero la búsqueda fue en vano. Las miradas de familiares,
amigos y conocidos solo le devolvían compras, plumeros y cubos de fregar.
Insistió un poco más a ver si… Trapos, ollas al fuego y ropa de estar en casa.
¿Cómo ha pasado? Raquel sintió que se había perdido para siempre y derrotada se
dejó caer en el suelo. Y entonces reconoció una forma familiar. Al fondo de un
cajón abierto estaba su diario. ¡Su diario! Hacía años que no escribía en él.
¿Estaría perdida desde entonces? Tumbada en el suelo comenzó a leer. Sus
sueños, sus poemas, cada idea, cada lágrima vertida, cada ilusión.

Cuando levantó la vista se vio. La primera reacción fue de ira.
—¿Cómo te has atrevido a abandonarme así?
—¿Ya no te acuerdas? Fuiste tú misma quien me echó de tu lado.
Las verdades duelen, pero curan. Con infinita ternura se abrazó, se perdonó y se juró lealtad. Volvió a verse en cada rincón de la casa, en cada espejo, en cada reflejo y en cada mirada, con el alma pintada de carmín y las deportivas monas. Las de salir.
Yolanda Fuertes